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Despedida

Las ocho y sigue sentado como cada mañana. En el mismo banco, y con ese traje entallado que le queda tan bien. Me pregunto que llevará en las manos. Siempre deja un paquetito a su lado derecho. Pero nunca lo mira.
Quiero acercarme para hablar con él, tiene un rostro tan tierno…
Me adentro en mis quehaceres, la oficina está a tope esta mañana. Quizás a la hora del almuerzo me acerque. Siempre se va cuando cae el sol.

- Disculpe. ¿Puedo sentarme? - le ofrezco mi mejor sonrisa. Me sonríe y asiente. Creo que esto va a ser más difícil de lo que pensaba.


Miro disimuladamente a mi izquierda. Es una cajita minúscula. La curiosidad me corroe.
A lo lejos un niño de unos 8 años se acerca corriendo. ¿Donde estará su madre?. Se dirige hacia nosotros, dando pequeños saltitos, con los brazos de forma horizontal, como si estuviese imitando a un avión, y haciendo unos ruidos intercalando graves y agudos.

- Hola Juan. Hoy no quiso saber nada de mí. Me ha vuelto a dar largas. Dichosa Mireya… - maldice sentado a su lado y moviendo las piernas de arriba a bajo.


Me mantengo al margen. Saco mi iPhone, mientras escucho la conversación.

- Nicolás, cálmate. 
- NO. De mayor quiero ser como tú.
- Nicolás, eres joven. No sabes lo que te va a deparar el día de mañana.
- Pero tú… La tienes a ella. - señaló hacia mi dirección. Me volví, pero no vi a nadie.
- Y conforme pasan los días la voy perdiendo.

El niño sin entender nada y con su cabreo, se levanta. Lo mira. Avanza. Vuelve a mirar.

- ¡Hasta mañana!

Juan le hace un gesto, dando entender lo mismo. Hasta mañana.
¿Qué querrá decir con eso? “Y conforme pasan los días la voy perdiendo”. Quizás su esposa tiene una enfermedad. Pero bueno, ¿que digo?. Si tuviese esposa no estaría en este banco sentado durante doce horas.


Mis tripas se están manifestando. Y sigo aquí tímida, queriendo saber la historia de este caballero y sin atreverme a preguntarle.

- Buenas tardes. Me llamo Juan.- me miró sorprendido.
- Mi nombre es Sofía. Encantada.
- ¿Acaba de llegar?
- El caso es… - llevo una hora a su lado, ¿como no se ha podido dar cuenta?- si. Acabo de sentarme.- mentí.

Me miró cómplice, sabe perfectamente que llegue mucho antes de lo que él pensaba. Algo en su mirada me lo dice.

- Este banco tiene algo peculiar. ¿A usted también se lo parece?, le veo cada mañana aquí sentado.
- Es un lugar especial para mí. Estar aquí me mantiene vivo.
Le observe mientras abría su cajita. Era un anillo de diamantes precioso. No debería llevar eso deambulando por ahí. Se lo pueden robar.

- Es precioso.
- Si, lo es - suspira muy profundo mientras lo acaricia- ella lo era aún más
- ¿Ella?.
- Mónica.
- Si no le molesta que le pregunte. ¿Porque habla en pasado?.


Un silencio se apoderó de nosotros. Cuando el lo rompió con un sollozo.

- Mónica es y será el amor de mi vida. La conocí cuando solo tenía 9 años. Se mudó frente a casa. Cuando la vi por primera vez el tiempo se paralizó. Era ella. Desde ese instante supe que era la mujer de mi vida. Y que nada ni nadie nos separaría. Mantuvimos una relación de amistad muchos años. Tuve que soportar otros hombres que entraron en su vida, quedándome en un segundo plano. Reconozco que yo también tuve a otras mujeres, pero ninguna como ella. Mi corazón fue suyo desde el primer instante en el que la vi. Un día me decidí, compré este anillo, prepare una escapada, era una cabaña preciosa y me prepare las palabras más sinceras que un hombre puede tener. Mantuvimos una noche pasional. Nos sinceramos con la luna de testigo. Pero al día siguiente me encontré su anillo en la mesita, y nunca la volví a ver.
- Pero… ¿porque nunca antes se lo dijo?.
- Por miedo.
- Yo… Lo siento. - otro silencio se apoderó de nosotros. Me sentía incómoda, no sabía qué decirle.
- Se me está borrando la memoria.


Pronto volvía empezar mi turno. Había estado sumisa en sus recuerdos. Me levante, lo abrace y me despedí con melancolía. Desde entonces, no supe de él.
-

- Mamá, llegó este paquete para ti. Es raro tiene fecha de hace treinta años, y el nombre de tu madre tachado.
- ¿Que?. ¡Trae!.


Una parte de mí lo sabía, otra lo negaba constantemente. Tal día como hoy, un año que no volví a ver aquel anciano. Procedí a abrirlo. Era una caja. Dentro contenía una más pequeña y un sobre amarillento. Ahí lo supe. Era de juan. Pero... ¿como?.


“Sofía, aquel banco me dio la felicidad. Desde que te vi, supe quien eras. Su misma mirada, sus mismos gestos. Me hubiese encantado que la llegases a conocer.  Desde entonces, ese banco fue especial para mí. Siento mucho no haber podido ejercer como padre.”


Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Rompí el envoltorio y ahí estaba. Su anillo...


Amada mía, nunca se me borrará aquel 8 de febrero, cuando tu preciosa melena agitada por el viento, se rozaba sobre el canto de tus labios. Nuestras cómplices miradas. Los te quieros que nunca nos dijimos por miedo al rechazo.
Hoy, mi amor, vengo a confesarme. Dejando atrás el temor. Hoy, vida mía, me declaro como hombre sumiso de tu ser. Hoy, Mónica, te pregunto. ¿Quieres pasar el resto de tus días conmigo?.
-

Mi madre falleció al darme a luz. Conforme iba creciendo quise saber más de ella.  Mis abuelos, al cumplir la mayoría de edad, me entregaron una especie de diario, era su cuaderno sagrado, o así lo llamaba. En todas sus páginas hablaba de un chico, llamado “J”.


- A.C

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